La sensibilidad despertada por la epopeya de los mineros y su difusión mediática es de esperar permita a muchos comprender mejor ahora el terrible drama humano sufrido por las víctimas de la dictadura, incluyendo su entorno familiar.
El accidente en la mina San José que enterró vivos a 33 mineros por más de 70 días, producto de la falta de seguridad en la mina y que mantuvo a los chilenos y a millones de personas en todo el mundo pendientes del desarrollo de las actividades de salvamento que se realizaban, las cuales terminaron con el feliz rescate todos ellos.
Salvar a los mineros era la tarea a la que había que avocarse en primer lugar, la situación sin duda ameritaba que en ellos se concentrara la atención.
Pero hoy que ya están nuevamente con nosotros, es necesario aterrizar y bajar del pedestal al que nos encumbramos, por haber “hecho las cosas tan bien rescatando a los mineros”. La utilización mediática de esta desgracia llega lentamente a niveles de desvarío propios de los mediocres que tratan en medio de muchos desaciertos celebrar un escaso y excepcional acierto para disimular la mediocridad.
Es hora de mirarnos fríamente al espejo y vernos tal cual somos, desnudos sin nada que desvirtúe la realidad. Si hacemos este ejercicio nos daremos cuenta que “no acostumbramos a hacer las cosas tan bien”; si así fuera no hubiese ocurrido el derrumbe, los empresarios dueños de la mina habrían invertido en seguridad por respeto a la vida de sus trabajadores, “sacrificando” un porcentaje de sus ganancias y si estos no lo estaban haciendo y con ello los trabajadores se veían obligados a trabajar en condiciones de inseguridad, debió ser detectado por la fiscalización y como no hubo fiscalización entonces hay responsabilidades políticas que deben ser asumidas en forma clara y transparente.
Los chilenos somos especialistas en mimetización, somos expertos en transformar los errores en aciertos, la negligencia en diligencia. Esto queda bastamente demostrado con la tragedia de Antuco, cuando el Presidente Lagos en un discurso sorprende al país declarando a los jóvenes fallecidos por hipotermia en HÉROES; hoy la historia se repite con el Presidente Piñera, que también ha dicho que los 33 mineros que quedaron atrapados en las profundidades de la mina son HÉROES; en consecuencia que al igual que los muertos por hipotermia en Antuco son VÍCTIMAS, si víctimas de la negligencia, de la falta de consideración, de la falta de respeto y de humanidad de aquellos que debieron ser diligentes y no negligentes, de aquellos que debieran ofrecerle a sus trabajadores las condiciones laborales que ellos mismos quisieran tener si fueran los que ingresaran a la mina, falta de regulación y de leyes laborales que protejan verdaderamente a los trabajadores. Claramente aquí hubo dos grandes responsables que no hicieron su trabajo como correspondía.
Establecida esta realidad, la experiencia vivida durante 17 días por los mineros encerrados en el fondo de la mina sin saber si saldrían con vida o no de ese lugar, me llevó a hacer un paralelo con lo que los ex prisioneros políticos vivimos, experimentamos y sentimos mientras nos encontrábamos en las profundidades del terrorismo de estado, en sus campos de concentración, centros de tortura etc. sin saber si sobreviviríamos esa situación. Para nosotros peor aún, encontrándonos a merced de psicópatas que daban rienda suelta a sus más perversos instintos, sufriendo todo tipo de tortura y vejámenes, sabiéndose indefensos y abandonados. Lo peor era que nadie venía a hacer un forado para rescatarnos, los rescatistas corrían el riesgo de terminar igual que nosotros si osaban decir algo a favor nuestro. Mientras los mineros eran considerados por parte de la ciudadanía y de las autoridades héroes, en nuestro caso las autoridades de entonces se encargaban de desprestigiarnos, tratándonos como terroristas, traidores, antisociales o parias; por lo tanto si lográbamos salir con vida de “estas profundidades” nadie quería sacarse una fotografía con nosotros. Todo lo contrario, ni una muestra de solidaridad, había que alejarse para evitar ser considerado “amigo o cercano” a estos especimenes infrahumanos.
Los que sin duda hubieren hecho un forado para rescatarnos en ese momento eran todos aquellos miles de ciudadanos del mundo que participaban en la solidaridad con las víctimas de la dictadura, pero no lo podían hacer, porque no los dejaban entrar a Chile, y si entraban serían expulsados o correrían nuestra misma suerte.
La sensibilidad despertada por la epopeya de los mineros y su difusión mediática es de esperar permita a muchos comprender mejor ahora el terrible drama humano sufrido por las víctimas de la dictadura, incluyendo su entorno familiar.
Nelly Cárcamo Vargas